Acaricio las agujas del reloj mientras le pido consejo a todo aquello que veo a través de la ventana...
El viento, una vez más, cogiendo carrerilla;
el fuego que se cansa de esperar a la cerilla;
carruajes endemoniados brindando con el sudor ajeno;
viejas apisonadoras de palabras que allanan el terreno;
palacios que crecen despacio, atragantados de hormigón;
el dulce sonido del hielo besando a la coca-cola y al ron;
abejas descarriadas que no saben ni lo que es la miel;
besos ahora enterrados por culpa de un pobre infiel;
cajones desheredados que sobreviven del olvido;
gemidos que no son de ningún vecino conocido;
pestañas que asimilan diálogos por falta de buenos ratos;
gentes ejerciendo con el pleno derecho de chivatos natos;
regueros de corazones destino vertedero clausurado;
oleajes de aplausos ignorantes ante un líder agrandado;
cicatrices que hablan de echar cerrojos y candados a doquier;
nidos ya vacíos buscando antiguos huéspedes y su por qué;
nubes grapadas al cielo por la ilusión de locos feriantes;
poemas que yacen muertos por falta de ojos radiantes;
reinas destronadas que ahora arreglan papeles en el paro;
príncipes mantenidos que sueñan con el castillo más caro;
aguaceros de verdades que no quieren escuchar ni en forma de nanas;
calles peinando despojos de los que odian despertarse con las mañanas;
adolescentes embelesados con lunas baratas de quita y pon;
héroes de portales que saben lo que es ir de marrón en marrón;
juramentos incautos que acaban en un descosido;
temblorosas palabras que desean no haber nacido;
cuentos de niños que acaban con cogida de manos y beso en la nariz;
cuentos de adultos que acaban con pedida de manos y querer ser feliz.