No hubo tiempo,
ni razones,
ni pinceles.
No hubo miedo,
ni bajones,
ni aranceles.
Nos atropelló,
nos desahució,
y nos dejó atados. Ese fue su perdón.
Todavía lo recuerdo perfectamente:
no hay recodos,
no se tambalea,
se ríe del paso del tiempo,
se sabe un momento inmortal.
Y no, ya lo sabes:
no hay miedo.
Siempre fuertes.