jueves, 31 de agosto de 2017

Eric

Una vez estalló la bomba, todo se tranquilizó.
Los añicos saben cuál es su trabajo y lo hacen a la perfección.
Esta vez tocaba: no podíamos perder siempre.

El tiempo pasaba y todo era un fundido en negro: sin luz, sin aliento.
Parecía que volvíamos atrás, al miedo, al dolor;
la pesadilla volvía a coger sus pinceles.
Meses y más meses en el filo te hacen perder toda perspectiva:
no sabes qué sube ni qué baja,
no sabes… pero tampoco deseas saber.
Es tan complicado como doloroso:
una experiencia totalmente inolvidable.

Entonces llegó el 11,
y empezaste por robarme las musas;
las secuestraste hasta hoy,
quizás sin quererlo,
quizás dejándote yo.

El miedo, cuando tenía que desaparecer, se acrecentó.
Es terrible.
El vértigo parece volarte la cabeza:
estás tan arriba que las nubes te vacilan sin parar.
Un carrusel de emociones imposible de parar, imposible de atender.

El cansancio es extremo, la fatiga se apodera;
desistes, te das por vencido, quieres desaparecer.
Estamos muertos en vida una y otra vez.
Es imposible saber cómo la muerte te ayuda a seguir vivo.

Y aquí seguimos: muertos, vivos… pero contigo.
Ahora entiendo el porqué de mi sonrisa;
ahora entiendo por qué mi padre y mi madre me la dibujaron;
ahora entiendo por qué no nos cansamos de querértela dibujar.

Te quiero.