jueves, 25 de agosto de 2011

No soy el único, desde el útero.


Sirviendo a los criados, todo parecía más difícil, más doloroso.
El aprendiz inodoro tan solo buscaba el perfume perfecto
para guardarlo en la vieja caja con forma de corazón.

“Vióleme, vióleme” —gritaba esquizofrénica y depresiva—,
y fue en ese momento cuando Frances planeó su venganza sobre Seattle.
Los gritos vomitaron el silencio posterior; ella, muda, se hizo la loca.

Muy mono, muy divertido, muy orgulloso, muy gilipollas.
Enfermo al nacer, y no por la leche de su madre,
el estómago explota: ni poleos, ni hierbabuenas, ni tés.

Tan comercialmente ácida que tendrás miedo de pincharla.
Bajo el síndrome Tourette todo enloquece y se armoniza,
y todos piden disculpas, excusas... eso es todo lo que somos.

Galones, alcohol, flujo, fuego...
En el útero, cinco semanas de retraso pueden convertirse en una fecha para siempre.

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