Y ahí sigo, en mi litigio inconformista
en la intensa búsqueda de la sonrisa perfecta,
en el secuestro absoluto de sus recuerdos.
Y sí, volví a escribir, volví a perder.
Tú ganas,
me queda fuerza, me quedan balas.
El día que sepa escribir no me importará que me leáis. Mientras tanto, tomaros esto como una acumulación de sentimientos.
Y ahí sigo, en mi litigio inconformista
en la intensa búsqueda de la sonrisa perfecta,
en el secuestro absoluto de sus recuerdos.
Y sí, volví a escribir, volví a perder.
Tú ganas,
me queda fuerza, me quedan balas.
Las distorsiones y sus miedos,
las noches y sus facturas,
las sombras y todas sus fracturas.
El tiempo nunca se detuvo,
el etanol siempre capitán,
el faro no veía el mar.
Pero la sonrisa del pasado siempre vuelve,
y si regresa será porque no lo hicimos tan mal.
A ruinas no me ganas.
He crecido entre escombros,
demoliendo miedos,
tirando abajo mil corazas.
He bailado sobre sacos de azulejos,
dormido en colchones acristalados,
desayunado hormigón para dos.
No hubo tiempo,
ni razones,
ni pinceles.
No hubo miedo,
ni bajones,
ni aranceles.
Nos atropelló,
nos desahució,
y nos dejó atados. Ese fue su perdón.
Todavía lo recuerdo perfectamente:
no hay recodos,
no se tambalea,
se ríe del paso del tiempo,
se sabe un momento inmortal.
Y no, ya lo sabes:
no hay miedo.
Siempre fuertes.
Tus batallas, tus guerras.
Son tus batallas, tus guerras; no las mías.
Nunca me obligues a ser soldado.
Lo que sientes, vida o muerte,
tan solo puede ser un murmullo en mi odio.
No te equivoques:
jamás estaré obligado a luchar
en una guerra que ahora no me viene bien.
¿Serías capaz de salir de tus trincheras
y tirarte de cabeza en las mías?
¿Serías capaz de esquivar las balas de mis enemigos?
¿Serías capaz de entender que tu guerra —
la más importante del mundo,
la más importante de la historia —
no pasará de ser una hoja más en mi atormentado otoño?
Respeta las guerras de cada uno: libra tus batallas.
No te equivoques de enemigo.
Y así estamos,
tan separados como unidos,
dos muros infranqueables,
gemelos a lo lejos.
Y aquí seguimos,
tan rotos como antaño,
dos torres invencibles,
vulnerables en el cara a cara.
Y allí seguiremos,
tan emocionados como siempre,
dos locos enamorados,
a mordiscos, lamiéndonos.
Lo necesitamos, lo necesitamos ya.
Que nos rescaten sus sueños,
que nos abrace su ternura,
que nos enamore su inocencia.
Que nos despierte su dolor,
que nos sirva su alegría,
que nos contagie su valentía.
Que para caminar, para caminar,
necesitamos de su camino.
Una vez estalló la bomba, todo se tranquilizó.
Los añicos saben cuál es su trabajo y lo hacen a la perfección.
Esta vez tocaba: no podíamos perder siempre.
El tiempo pasaba y todo era un fundido en negro: sin luz, sin aliento.
Parecía que volvíamos atrás, al miedo, al dolor;
la pesadilla volvía a coger sus pinceles.
Meses y más meses en el filo te hacen perder toda perspectiva:
no sabes qué sube ni qué baja,
no sabes… pero tampoco deseas saber.
Es tan complicado como doloroso:
una experiencia totalmente inolvidable.
Entonces llegó el 11,
y empezaste por robarme las musas;
las secuestraste hasta hoy,
quizás sin quererlo,
quizás dejándote yo.
El miedo, cuando tenía que desaparecer, se acrecentó.
Es terrible.
El vértigo parece volarte la cabeza:
estás tan arriba que las nubes te vacilan sin parar.
Un carrusel de emociones imposible de parar, imposible de atender.
El cansancio es extremo, la fatiga se apodera;
desistes, te das por vencido, quieres desaparecer.
Estamos muertos en vida una y otra vez.
Es imposible saber cómo la muerte te ayuda a seguir vivo.
Y aquí seguimos: muertos, vivos… pero contigo.
Ahora entiendo el porqué de mi sonrisa;
ahora entiendo por qué mi padre y mi madre me la dibujaron;
ahora entiendo por qué no nos cansamos de querértela dibujar.
Te quiero.
Dicen que no necesitaban verse,
que no necesitaban estar juntos,
que el tiempo y la distancia solo eran palabras.
Dicen que llegaron a luchar tanto
que, mientras peleaban, no se daban cuenta
de las veces que ganaron.
Porque no les hacía falta mirarse,
no les hacía falta tocarse,
no les hacía falta hablarse.
Porque dicen… todos dicen.
Porque, para sentir un “te quiero”,
no es necesario decirlo, no es necesario escucharlo.
Eso decían, eso dicen.
Seguimos mirando el cielo
como el primer día que nos encontramos.
Acurrucados, enredados, desentonados, imperfectos.
Seguimos aguantando el peso de todo el óxido que quiere corromper.
Fuertes, irrompibles, desafiantes, bien unidos.
Seguimos entrelazados, formando paisajes, haciendo sombra.
Sonrientes, llorando, sufriendo, viviendo.
Eres
Realmente
Increíble,
Cariño.
Dijeron que podíamos ganar.
Dijeron que soñáramos para empezar a cambiar.
Ahora estamos cansados y rotos.
Ahora sabemos que todavía nos podemos romper más,
que algo roto se puede volver a romper una y otra vez,
espirales de añicos.
Pero lo mejor de todo es saber
que, aún estando rotos
y pudiéndonos romper todavía más,
también podemos arreglarnos una y mil veces
y seguir subiendo peldaños,
seguir subiendo a lo más alto.
De eso se trata:
de arreglarse y nada más.
—Nunca te pares. Mira atrás si quieres, pero sigue hacia adelante.
—Pero está muy oscuro, y da miedo.
—Lo sé, pero aquí no te puedes quedar.